Por Silvia García Marti
Abro vuestro periódico y lo primero que me llama la atención es el titular MI HIJO SE NIEGA A IR AL COLEGIO. Leo la columna y no puedo evitar quedarme sorprendida por los consejos que da esta profesional para abordar una situación de este tipo: no atender las llamadas de atención, distraer con juegos, ayudar en el estudio … Es increíble, a mi me parece que cuando una persona, tenga la edad que tenga, llama la atención sobre un problema que tiene, lo que necesita y pide es que se le escuche. Los niños muchas veces solo encuentran la herramienta de la enfermedad o el malestar físico para que se les haga caso, para mi es un SOS clarísimo, y encima aquí se sugiere que se les ignore!!! Por qué no se menciona la posibilidad (que para mi es lo primero que hay que hacer) de sentarse con los niños a hablar de lo que les pasa, de qué les asusta, qué les bloquea, y buscar soluciones conjuntamente que a todos nos deje tranquilos. Es verdad que el problema puede estar en el colegio pero también en casa, y los niños pueden aportar soluciones fantásticas, incluso más simples, que a los adultos jamás se nos ocurrirían.
Para remate de mi estupor, en la página de al lado me encuentro con otra columna de opinión sobre la ley del menor (yo tampoco usare las mayúsculas porque a mi la leyes no me imponen), en la que además de usar un lenguaje agresivo -desde mi punto de vista muy poco propio de un periódico- se ensalza la violencia como posible prevención de la violencia. Inaudito, a mi no me cabe en la cabeza que darle ostias a nuestros hijos pueda evitar que en el futuro ellos se las den a otros. Mas bien al contrario, creo que un menor que ha recibido violencia física o verbal tiene muchas más papeletas de necesitar a su vez desahogarse con un tercero que otro al que se le ha tratado con respeto, escucha y se le han tenido en cuenta sus necesidades. Algo evidente, los modelos que les rodean les dan la pauta de comportamiento. De hecho me da por pensar, que si el autor de estas palabras defiende un guantazo a tiempo es porque él los recibió (como él mismo reconoce).
Quizá ahí esté el problema. La mayoría de nosotros no hemos sido tratados con verdadero respeto.
Los adultos preferimos no ver a los niños a tiempo, fijarnos en los pequeños detalles del día a día, en los detalles sutiles que nos muestran si observamos sus juegos con interés, en las anécdotas que nos cuentan, en sus quejas, placeres y deseos. Solo nos llevamos las manos a la cabeza cuando no quieren ir al colegio, nos «faltan al respeto» o agreden a otros niños. Me entristece ver una cosa en común entre los dos textos mencionados, y es que se habla de los niños y niñas como «los otros», cuando son nuestros compañeros de vida, igual que nuestras parejas o amigos, con las mismas habilidades y con la misma necesidad de ser tenidos en cuenta.
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