Fernando Hernández Holgado
La historia de la Segunda República y de la Guerra Civil, como cualquier otra Historia con mayúsculas, se ha ocupado poco de las mujeres. Mayormente en el caso de la segunda, dado que las versiones épicas y militaristas de los conflictos armados han tenido como únicos protagonistas a los varones guerreros, entronizados en héroes.
Viene esto a cuento de la presencia en estas historias-memorias republicanas de algunas mujeres que hemos citado ya en anteriores entregas. Es el caso de Juana del Pozo Sanz, natural de Gandullas, esposa de Víctor Rodrigo Horcajo -alcalde republicano de Buitrago en julio de 1936- madre de ocho hijos y miembro de las Juventudes Socialistas en 1934. Habíamos mencionado ya a Juana del Pozo, que había sido cofundadora del partido de Izquierda Republicana en 1936 y participado activamente en la campaña electoral de las decisivas elecciones del 16 de febrero de aquel año, las que dieron la victoria al Frente Popular. Según propia declaración –ante el juzgado, cuando fue interrogada en 1939 y otra vez en 1943 por un tribunal franquista- afirmó que su actividad política se limitó «en 1936 a acompañar a las personas que iban a votar desde Gandullas a Piñuecar, debido a ser la dicente afiliada a Izquierda Republicana».
Leída esta declaración más de setenta años después, impresiona la entereza de Juana: no da un solo nombre –no delata a ningún vecino-, reconoce su afiliación a Izquierda Republicana y apunta un dato valiente que venía a calificarla de roja en cuanto mujer que había actuado, más allá del ámbito doméstico tradicional -el que le estaba reservado por mandato de género- en el mundo de la política pública, esencialmente masculinizada. Que el dato lo aportara ella misma y no fuera una acusación sesgada de sus perseguidores descarta cualquier interpretación en el sentido de un «acarreo de votos», técnica tan socorrida en la España de la época y todavía en uso hoy, como se ha podido ver en estas últimas elecciones municipales. No, aquella era la segunda elección en la que podían votar las mujeres –gracias a la diputada republicana Clara Campoamor- y Juana estaba comprometida con la democracia y con el cambio social. No se trataba de manipular a nadie, sino de ayudar a aquellos y aquellas que tradicionalmente habían sido mantenidos en la inopia política por las elites locales. Los votantes primerizos –las votantes primerizas, sobre todo- se organizaban para acudir a las urnas y hacer oír su voz.
Ganaron por cierto las izquierdas en Gandullas-Piñuécar. La lista de electores era de 192, de los cuales votaron 136: la abstención fue del 29%, cosa que no estaba nada mal comparada con las cifras de ahora. Los candidatos más votados en el doble municipio fueron los del Frente Popular, con Manuel Torres Campañá (Unión Republicana), Luis Rufilanchas Salcedo y Julia Álvarez Resano (ambos del PSOE, con 107 votos el primero y 83 los dos siguientes. Todos ellos salieron diputados, El candidato más votado del bloque de derechas, Acción Popular, fue Juan Manuel Puente Sanz, de la CEDA, que con 52 votos no llegó a obtener el acta.
Un breve repaso a la trayectoria de estos nombres nos ilustra la gran herida de la guerra. Torres Campañá, que en octubre de 1936 sería nombrado Delegado del Gobierno en los Canales del Lozoya, se exiliaría en 1939, llegando a formar parte del gobierno republicano en el exilio en 1945. Rufilanchas Salcedo, profesor de la Universidad Central de Madrid, fue condenado a muerte y ejecutado en 1937 en La Coruña, por el bando sublevado. La maestra Julia Álvarez Resano, primera mujer en ostentar el cargo de Gobernadora Civil en 1937 (Ciudad Real) también tuvo que exiliarse y moriría en Méjico en 1948. Por último, Juan Manuel Puente, ganadero y antiguo alcalde de Colmenar Viejo, fue «sacado» en septiembre de 1936 de la cárcel de Ventas –en aquel entonces llena de presos varones teóricamente desafectos a la República- y fusilado en Colmenar.
De Juana mencionábamos su detención el 21 de abril de 1939 y su encarcelamiento primero en Torrelaguna y después en las prisiones femeninas de Claudio Coello y Ventas, en Madrid. En 1940 sufrió una nueva denuncia, que acabó sobreseída. Cargó en total, según testimonio de su hijo Víctor, con un año y medio de prisión y otro año y medio de destierro en Griñón (Toledo). Con su marido en prisión y el hijo mayor exilado en Francia, los hijos menores quedaron a cargo de la hija mayor, Victorina, de veintitrés años por aquel entonces. Un precio demasiado alto para la participación –activa, comprometida y pacífica- de una mujer en política.
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