Recuperamos uno de los artículos escritos desde el CEA Puente del Perdón para los lectores de Senda Norte
Senda Norte 145 – Publicado en Febrero de 2010
Durante el Neolítico la Península Ibérica estaba habitada por unos caballos salvajes que las tribus ganaderas de la meseta lograron domesticar hace unos 4000 años. Más tarde los celtas llegaron con sus pequeñas caballerías centroeuropeas, que debieron cruzarse en con los caballos de baja talla que poblaban entonces la Cordillera Cantabro-Pirenáica (asturcón, jaca navarra…), mientras que la dominación musulmana introdujo por el sur los estilizados caballos árabes y bereberes, que influyeron en los caballos andaluces del valle del Guadalquivir.
Pero las tierras castellanas fueron territorio de caballos que descendían directamente de la domesticación neolítica, con características intermedias entre las pequeñas razas del norte y las altas y estilizadas del sur. La cría y selección secular obtuvo un caballo muy adaptado a las condiciones de los páramos y sierras castellanas: fuerte físicamente, resistente al severo clima de estas tierras y capaz de subsistir con pastos de poca calidad. Fue una raza muy apreciada como animal de tiro, para la producción de mulas y como jaca para monta, tarea que desempeñó en los ejércitos medievales donde se combinaban con los caballos andaluces, más veloces pero menos resistentes; de los casi 80000 caballos que intervinieron en la toma de Granada en 1492, la mitad eran castellanos. Con el descubrimiento de América el caballo castellano dio el salto al Nuevo Mundo, influyendo en las razas que fueron surgiendo al otro lado del Atlántico.
Sin embargo desde finales del siglo XIX se inicia la «mejora» sistemática de los caballos autóctonos para conseguir animales de tiro más fuertes, que sirvieran para labores agrícolas y militares de mayor exigencia; para ello se cruzan las yeguas del terreno con sementales de razas pesadas europeas, especialmente caballos bretones. Los sementales autóctonos van desapareciendo y la población de caballos castellanos decae vertiginosamente, quedando sólo poblaciones fragmentadas en las sierras que rodean la meseta. Así surge la jaca soriana, extinta actualmente, y el caballo losino de Burgos, del que en los años ochenta apenas quedaban 30 ejemplares. Pero también otras comarcas del Sistema Central mantenían contingentes de caballos autóctonos descendientes de los míticos caballos castellanos.
A lo largo del siglo XX se mantuvo la política de «mejora», con el establecimiento de paradas públicas de sementales en la mayor parte de las comarcas españolas, para que los ganaderos llevasen sus yeguas a ser montadas. De este modo nace la raza hispano-bretón, caballo de gran alzada y peso (superan los 700 kilos), empleado en origen para el tiro y utilizado actualmente para la producción de carne.
Los pueblos más alejados de las paradas de sementales, mantuvieron mayor pureza racial al cruzar menos sus manadas de yeguas con machos bretones. Pero más de cien años siguiendo esta política de «mejora» de la raza consiguieron acabar casi por completo con un patrimonio genético seleccionado a lo largo de milenios. Sólo en algunos valles del norte de Burgos un puñado de caballos losinos, último retazo de los caballos castellanos, se mantuvieron en pureza, hasta que en los años 80 los últimos ejemplares fueron recogidos, agrupados y salvados de la extinción in extremis.
En la Sierra de Guadarrama los caballos autóctonos, llamados serranillos o serranitos, fueron desapareciendo progresivamente, aunque debieron resistir residualmente algunos ejemplares hasta no hace muchos años. Hemos recogido citas sobre sementales puros (o con muy poco cruce) de los años 80, pero aquí, al contrario de lo sucedido en Burgos, no se trabajó por rescatar la raza. El grueso de la cabaña equina de la Sierra estaba ya por entonces más o menos mestizada y así sigue en la actualidad. Pero todavía hoy es posible encontrar manadas de serranillos muy distintos de los grandes hispano-bretones, con los rasgos morfológicos que debieron tener originalmente: caballos fuertes de talla media (en torno a 1,30-1,40 m), peso alrededor de los 350-400 kilos, cernejas poco desarrolladas (al contrario de los hispano-bretones que tienen patas muy peludas) y color de capa generalmente alazán (castaño rojizo) o negro, frecuentemente con lucero en la frente. Todo ello unido a una extraordinaria capacidad de resistir las condiciones locales, siendo capaz de pasar el inverno sin abrigo y sin aporte de pienso o paja (a lo sumo un poco de pan duro) y buscando alimento bajo la nieve si es necesario.
Hoy los serranillos se crían de forma semisilvestre para la venta de potros para carne, actividad que deja muy pocos beneficios pero apenas tiene gastos. Las yeguas se siguen cruzando con sementales bretones para mejorar la producción, lo cual diluye aun más los rasgos de la raza autóctona. Sería de gran interés seleccionar entre serranillos con una morfología más cercana a los antiguos caballos locales, para establecer a partir de ellos una línea de animales que salvaguarde lo que aun queda de los caballos del terreno, a la par que sirva para crear animales aptos tanto para la producción de carne como para la monta, utilidad para la que son muy apreciados por su resistencia, nobleza y facilidad de doma.
Dentro del programa de Agroecología del Centro de educación ambiental Puente del Perdón que la Comunidad de Madrid ha equipado en Rascafría, se están recabando datos de esta y otras razas autóctonas de la Sierra Norte para conocer su situación, buscar estrategias que ayuden a su recuperación y promover formas de explotación ganaderas sostenibles ambientalmente y viables económicamente, que conserven el paisaje tradicional y los valores culturales de la comarca.
Pie de foto: Caballo serranillo en el Valle del Lozoya
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