Jaime S. Barajas
Así es como quedan los lugares por los que han pasado las hordas de seguidores del Rally de la Comunidad Madrid, como en un macrobotellón con ruido de coches de fondo. Los lugares pueden reconocerse por la porquería y los destrozos en señalizaciones y cercados.
Un año más, estos días de noviembre, quienes vivimos, trabajamos o disfrutamos habitualmente de nuestro tiempo libre en los pequeños pueblos de la Sierra Norte hemos tenido que padecer las sucesivas invasión bárbaras que rodean esta carrera de coches de la Comunidad de Madrid: las semanas previas, a quienes vienen a entrenarse y ponen en peligro nuestra vida con su conducción temeraria; los días anteriores a los vehículos de la organización balizando, encintando y moviéndose por las carreteras de día y de noche como si aquí no hubiera nadie más; y, para rematar, la noche anterior y los propios días de la prueba, al rebaño de descerebrados, maleducados e incívicos aficionados que encienden fuego, acampan y llenan de bolsa, botellas, latas, mierda, papel higiénico y hasta condones, cunetas, prados y calles de los pueblos. Entre tramo y tramo, como no, intentan emular a sus motorizados héroes y recorren a toda velocidad carreteras de montaña llenas de curvas de escasa visibilidad y en las que es frecuente encontrarse con ganado.
Lo que más sorprende es que la mayor parte de estas conductas, que además de incívicas son ilegales, las desarrollan en presencia de una impresionante cantidad de agentes de la Guardia Civil. Pero debe de ser que estos días se suspende la ley en general y el Código de circulación en particular: ya no está prohibido hacer fuego o acampar porque la patrulla pasa de largo frente a una hoguera en la cuneta o una tienda de campaña en un prado; deja de ser una infracción adelantar con línea continua; si las tasas de alcoholemía permitidas fueran las de cualquier otro día, con un par de controles se habría pagado la extra de navidad de la Agrupación de Tráfico.
Una vez más, el campo, los pueblos pequeños sufrimos la falta de respeto de quienes nos consideran una especie de parque temático donde puede venir uno a divertirse y hacer lo que quiera. Da lo mismo que los ayuntamientos expresen su opinión contraria a la celebración de carreras de coches por las carreteras que unen estas localidades y notifiquen que hay vecinos que quedan incomunicados por carretera más de doce horas, lo que importa es montar el circo para descerebrados en que se ha convertido esta carrera.
De cara a posteriores eventos, no estaría de más que la Comunidad de Madrid envíe un escrito -como cuando se prevén nevadas- en el que recomiende aguantar metidos en casa o marcharse esos días y a la vuelta limpiarlo todo. Mucho mejor eso que las milongas que nos cuentan, mucho mejor eso que seguir llamándonos gilipollas. Que todo tiene un límite, hasta nuestra paciencia.
Sé el primero en comentar sobre "Macrobotellón con ruido de fondo"