El lunes 21 de abril se celebró en Redueña una sesión conjunta de las aulas de Género y Agroecología de la Uniposible. El objetivo es comenzar a abordar el reto de la rica memoria y el conocimiento «agriculto» de nuestras mujeres. Esta sesión, y las próximas del trimestre sobre el mismo tema, se ha realizado en colaboración con la Red de Municipios TERRAE, cuya presidencia ostenta este Ayuntamiento.
Para bucear en la memoria agroecológica y de género de varios de nuestros pueblos, nos dimos cita en Redueña un «grupo de trabajo» integrado por unas 8 mujeres mayores de 65 años y muchas otras neorrurales de diferentes localidades serranas. A partir de las preguntas «qué y cómo se comía, y cómo se producían los alimentos a mediados del siglo XX», tuvimos un animado ejercicio de memoria colectiva. Sus resultados son los que resumimos a continuación.
Hacia 1950 vivían en Redueña unas 30 familias que se alimentaban básicamente de lo que ellas mismas producían. Desayunaban sopas de pan con leche de cabra, salvo quienes salían a trabajar al campo, que solían comenzar el día con patatas guisadas. A mediodía se ingería la comida más fuerte a base de cocido, y por la noche había judías blancas o sopas de leche. Todo producciones de autoconsumo, pues no se compraba prácticamente nada.
En las tierras de labor de Redueña alternaban los cultivos de trigo y garbanzos (en los campos más blandos), con los forrajes que complementaban la alimentación, porque esta era la base de la economía y la identidad local. Se vendía algo de trigo, aunque la mayoría lo empleaba para hacer su propia harina en los molinos próximos y producir su pan en hornos que solían compartir varias familias. El pan se fabricó así hasta los años 60 en que se comenzó a comprar en Guadalix y Cabanillas. Los escasos olivares permitían obtener aceite para todo el año y la aceituna se molturaba en la almazara de Torrelaguna. A orillas del arroyo se sucedían fértiles huertas que tenían actividad todo el año, se cultivaba mucha judía blanca y tomate para embotar, entre otros productos de verano, mientras que en invierno predominaban repollos y berzas.
Pero Redueña era, ante todo, una comunidad volcada al caprino y ovino; cada familia tendría entre 70 y 150 cabezas. Muchas de ellas iban al final de primavera a «trasterminar» a pie, hacia Robregordo, Rascafría y Riaza, donde pasaban el verano los rebaños de cabras. Solo desde mediados de siglo, el viaje comenzó a hacerse en camiones. Se dividían entonces las familias entre los que se quedaban en Redueña a cargo de los campos y huertas de verano, y los que partían a los pastos de verano con el ganado. La venta de la leche era una de las principales fuentes de ingresos del pueblo. Las primeras vacas holandesas llegaron hacia los años 60: hasta entonces, los que tenían vacuno se dedicaban sobre todo a venderlo como bueyes de labor. Varias mujeres recuerdan como de niñas iban a vender leche a Torrelaguna con la mula y los cántaros, de casa en casa. El cabrito de Redueña era afamado en Sierra Norte y venían a comprarlo tratantes de toda la comarca; no en vano, se conserva el mejor rebaño de cabra del Guadarrama (la de siempre) que aún pasta por la dehesa boyal, la joya de Redueña, un encinar quejigar muy bien conservado.
Dos apellidos, Gorrachategui y Pérez, son los que dominan la patronímica local. Del primero, la memoria nos dice que procede de canteros vizcaínos. La cantería fue una actividad básica para obtener ingresos ya desde mediados del siglo XIX.
El ejercicio de memoria nos llevó también a la escuela: hasta mediar el siglo XX estaba en la casa misma de la maestra y solo desde entonces se instaló la escuela unitaria. Las chicas acudían a la escuela lo que se «podía», porque tenían mucha responsabilidad en la casa, y en menor medida en el campo, porque el ganado o la huerta eran cosas de chicos. «Salvo que no tuvieras hermanos, en cuyo caso las chicas teníamos que hacerlo».
Podemos concluir que la «Redueña de mediados del siglo XX era un paradigma de lo que plantea la agroecología teórica: una comunidad de pequeños propietarios, con muy pocas diferencias de patrimonio, y una gran diversidad de productos, pequeñas cantidades de casi todo y una gran soberanía alimentaria». La ciencia agroecológica y el famoso índice de felicidad humana de Bután están de acuerdo con las mujeres «agricultas» de Redueña y con la filosofía del decrecimiento: no hace falta mucho para vivir bien. «Ahora se tiene más, pero se es menos feliz». Y ellas insisten, «no éramos pobres» y «éramos muy felices». El clima de convivencia que se respira entre ellas, y este viaje en la memoria, nos producen la impresión de que Redueña sigue siendo un pequeño edén, una arcadia entre montes. Desde el Ayuntamiento nos recuerdan que aún tienen sin adjudicar una finca de pastos de unas 12 hectáreas de encinar, que daría para un pequeño rebaño de unas 100 cabras… ¿Alguien se anima a recuperar la tradición cabrera?
En este trimestre vamos a visitar y hacer entrevistas grupales agroecológicas a «agricultas» también en Patones (13 mayo) y La Cabrera (9 junio). Os esperamos.
Sé el primero en comentar sobre "REDUEÑA “AGRICULTA”"