Si hay un bandolero célebre a comienzos del siglo XIX en la Sierra Norte ese es Chorra-al-Aire. En realidad era natural de Torrejón de Velasco, pero para dar sus golpes se desplazaba hasta nuestra sierra. Chorra-al-Aire era el apodo de Antonio Sánchez, un joven fornido que había sido soldado en una de las muchas partidas organizadas en la guerra contra los franceses. Experto en el manejo de las armas, al acabar la contienda no tuvo con qué ganarse la vida, y como muchos otros partisanos se familiarizó en robos en la carretera de Madrid a Burgos, siendo habitual que diera sus golpes entre Alcobendas y Buitrago. Fueron sonadas sus acciones en las ventas de esta carretera y por ello era conocido en las de San Agustín de Guadalix, Pedrezuela, El Molar, El Vellón, Venturada, Cabanillas de la Sierra, Torrelaguna, Talamanca, Redueña, La Cabrera o Lozoyuela. No era inusual verle en la campiña del Jarama o en la Alcarria occidental de Guadalajara. Podía llegar a El Escorial, y, si se sentía presionado por las fuerzas del orden, no dudaba en acabar en el lado segoviano de la sierra.
Las acciones de Chorra-al-Aire son parte de la oleada de asaltos que los bandoleros realizaron desde 1815 en la carretera de Burgos. Las instituciones estatales lo sabían bien, de manera que la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, el máximo tribunal cortesano, obligó a las justicias de los pueblos que distaban 60 kilómetros de Madrid a inspeccionar caminos, mesones, ventorrillos y otros parajes. La Sala estaba realmente preocupada pues repitió la orden en 1816 al ver que los alcaldes de los pueblos afectados no mostraban mucho ahínco en reprimir el fenómeno. De hecho, en ese año Chorra-al-Aire campaba a sus anchas por la zona. Ante la incapacidad o dejadez de las justicias locales, se facultó al ejército para acabar con él. Pero era avispado. Si se reforzaban los destacamentos de Alcobendas y La Cabrera, Chorra-al-Aire se las apañaba para escapar de su control. El 30 de mayo de 1816 robó en la ermita de santa Ana, en Pedrezuela. Le salieron al paso 30 personas armadas, pero Chorra-al-Aire se zafó del acoso y estaba poco después en Cabanillas de la Sierra. Raudo como pocos, burló a los soldados que vinieron a atraparle a El Molar a comienzos de junio. Poco después tuvo lugar una nueva fuga en Alcobendas. Solo se le logró capturar el 2 de julio en Quijorna tras un golpe en El Escorial. Aunque desconocemos su fin, posiblemente acabaría en el cadalso. Mas la Sierra era un lugar ideal para los golpes, de manera que Chorra-al-Aire tuvo seguidores. Se sabe de otra cuadrilla que en 1829 merodeaba por Guadalix de la Sierra, y por las mismas fechas, otra de 12 hombres realizaba sus cuitas por el Molar, en el puente de Valdegonzalo. Eran los años en los que parece que el famoso Luis Candelas llegó a un acuerdo sobre demarcaciones bandoleras. Él no se inmiscuiría en la Sierra: lo haría Pablo Sánchez, el conocido como bandido de la Pedriza.
Más allá de los nombres célebres de los bandoleros y de sus acciones, interesa conocer las causas del fenómeno; porque las bandas de salteadores de caminos se incrementaron a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, justo cuando la agricultura castellana mostraba signos de agotamiento y en el campo comenzó a haber pocas posibilidades de subsistir. Además, los campesinos se vieron presionados por las prácticas especulativas de los propietarios de la tierra y por un Estado que las apoyaba al no ponerles coto. En los campos de Castilla y también en los de Madrid, los propietarios de las fincas agrarias no dudaron en subir las rentas, desahuciar a sus arrendatarios y proceder a la ejecución judicial de los campesinos que no podían pagar. De este conjunto de causas nace el fenómeno bandolero, a lo que se suma la durísima crisis de 1804 y los acontecimientos revolucionarios de 1808-1814. En suma, los bandoleros son hijos de la crisis agraria que asola el país, y no se agotan en Andalucía, Extremadura o Valencia.
Madrid también tuvo su nómina de bandoleros, sobre todo porque en la ciudad y sus alrededores había mercado. El bandolerismo fue una realidad allí donde había una cierta intensidad del tráfico, es decir, donde había intermediarios ya fuesen posaderos, arrieros, carboneros, pequeños comerciantes… que conectasen al bandolero con la economía local. Fueron esos intermediarios los que les facilitaron información para antes del golpe, y después para huir y deshacerse del botín. Cuando las autoridades locales informaban sobre los excesos cometidos en sus términos municipales, solían lamentarse de su falta de medios para erradicar el fenómeno bandolero. Pero también manifestaban el apoyo que recibían los bandoleros de las comunidades rurales, lo que se entendía como una manera de luchar contra los poderosos. Es una idea muy común pensar que el bandolero se defiende en las montañas y zonas inaccesibles, pero es más cierto que les atraían las rutas comerciales y aquellas principales vías de comunicación donde el tráfico se ralentizaba y, por tanto, era más fácil ejecutar el golpe.
Chorra-al-Aire y tantos otros bandoleros no robaban en los caminos para dar el botín a los vecinos de los pueblos cercanos. No eran bandoleros justicieros, generosos o románticos al estilo de Robín Hood. Robaban porque solo encontraban en el asalto a las diligencias, a las ventas, a las ermitas o a los curas, la solución a sus problemas básicos de subsistencia. El apoyo del que gozaban en las comunidades rurales indica que muchos campesinos entendían lo que hacían, pues ellos atravesaban por los mismos problemas. Por supuesto, también hubo bandoleros profesionales, pero la mayoría -y esto suele olvidarse con frecuencia- eran hijos de la necesidad, o lo que es lo mismo, de la pobreza del campo castellano.
Para hablar del fenómeno bandolero en la Sierra Norte contamos con un invitado de excepción. El viernes 7 de marzo estará con nosotros Santos Madrazo, sin duda, la persona que más sabe de esta cuestión. Maestro de historiadores, nos deleitará con las historias de Chorra-al-Aire y otros bandoleros que frecuentaron nuestra sierra.
Aula de Historia Social de la Uniposible
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