Rafael de Frutos
Montejo
La conocía de siempre, era la mujer de Pepe, madre de cuatro hijos, dos varones y dos mujeres, y en su cara se reflejaba la bondad de su alma. Era una esposa y una madre más del pueblo pero con una belleza espiritual inmensa.
Un día hablé con ella largo y tendido y me contó parte de su infancia y de su vida.
Al año de casarse sus padres, nace ella, para alegría de todos; alegría que se ve truncada cuando muere el cabeza de familia. Volvió a casar su madre más tarde, como lo haría ella con Pepe para formar su propia familia y empezar una vida llena de ilusiones y esperanzas. También nacen los hijos e hijas.
Tienen labranza que Pepe compagina en otoño con la elaboración en la sierra de carbón vegetal; es esquilador en primavera, trabaja ganando jornal; ella, además de las tareas de casa, ayuda en la escarda, la trilla, la siega o «allegando» la leña a Pepe para el carbón; pero un día del mes de diciembre del año 44, las alegrías se truncan cuando su marido muere inesperadamente; nos queda nuestra protagonista con cuatro hijos y una casa que hay que sacar adelante.
A lo largo de su extensa vida, ha experimentado y sufrido mucho más de lo que cualquiera pudiera imaginar e incluso soportar, pero ahí ha estado ella, firme, serena, dando todo su amor, diciendo adiós muy pronto a familiares que en otras condiciones, hubieran tenido que despedirse de ella con el paso de los años, por edad y naturaleza humana.
Pues bien, esta persona de la que te estoy hablando y que respondía al nombre de FELIPA LAUREANA, había nacido en Montejo el día 4 de julio de 1907 y nos ha dejado el día 16 de junio de 2013 a veinte días para cumplir 106 años.
Nadie que sepamos desde 1600, vivió en Montejo 105 años.
Sirvan estas líneas rendir un homenaje a Felipa, esta mujer que ha sido durante mucho tiempo «la abuela de Montejo», que supo ser una buena hija, estupenda esposa más tarde, entrañable madre y, finalmente, cariñosa abuela y bisabuela y un ejemplo de saber sufrir en silencio todos los avatares de su dilatada vida. En el pueblo deja una gran herencia de equilibrio, resignación, sencillez, amor a los demás, saber ocupar el sitio que le ha correspondido en su vida.
Te has ido como has vivido, SIN RUIDOS.
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