Chema Guevara
El Arcade Residente
Se habían extendido diversas predicciones sobre lo que podría ocurrir a nuestro planeta al producirse el alineamiento galáctico anunciado en uno de los calendarios creados por los mayas. Se vaticinaban todo tipo de desastres naturales o extraterrestres cuando lo único cierto es que ese calendario astronómico terminaba el 21 de diciembre de 2012. Acostumbrados a arrancar las hojas cada mes o a cambiar nuestro calendario de papel cada fin de año, dar por acabado un almanaque de piedra que abarca cinco mil y pico giros alrededor del sol se prestaba a disparar la imaginación de los aficionados a las interpretaciones mágicas de nuestra existencia. Y eso, unido a la curiosa tendencia del pensamiento humano hacia el catastrofismo, como demuestran la mayoría de las religiones con sus augurios apocalípticos, ha sido suficiente para que el solsticio de invierno, ese punto de inflexión en el ciclo de la luz que se produce en nuestras latitudes, se convirtiera en una fecha cargada de contenido esotérico.
Como era de esperar, hemos cambiado de año sin que esta insignificante mota de polvo estelar en la que viajamos a través del universo haya sufrido ningún cataclismo. Pero eso no significa que haya pasado el momento de asistir al fin de nuestra civilización. Es más, no hay que perder la esperanza de que aún podamos vivir algún cambio importante, incluso de que se produzca lo antes posible.
Porque si bien es cierto que no se ha producido el fin del mundo, no se puede descartar que estemos a punto de entrar en una nueva época. Quizá, el cambio de era señalado por los mayas no hacía referencia a la desaparición de su civilización, y la de tantas otras arrasadas con la inestimable ayuda de nuestros antepasados, sino a los estertores de la que floreció en el afán de adueñarse del resto del mundo por parte de las naciones del viejo continente.
El desarrollo basado en el expolio de América y África a manos de belicosos conquistadores sentó las bases de un modelo de progreso regido por la codicia. Desde entonces, la explotación como fuente de riqueza ha ido pasando por distintas fases a lo largo de la historia hasta llegar al momento actual, en el que el capitalismo ultraliberal, cegado por la avaricia y consciente de la amenaza que supone una escasez de recursos, está a punto de fagocitarse a sí mismo.
No es extraño que en un momento como el actual, plagado de incertidumbres que siembran el desconcierto, el anuncio de un alineamiento de nuestro planeta con el sol y con un agujero negro situado en el centro de la galaxia haya desatado todo tipo de elucubraciones. Pero no podemos abandonarnos a la superstición, ni siquiera a la que describe al poder financiero como una fuerza ingobernable, cuya existencia es eterna y ajena a nuestra voluntad, una entidad suprema a la que debemos ofrecer sacrificios en espera de su misericordia.
Acabar con el modelo económico depredador y amoral que nos presentan como el único posible no supondrá el fin del mundo, será únicamente el final de una época que se encaminaba hacia el desastre. Estamos ante un cambio de era que nos alejará del actual sumidero de ideales, verdadero agujero negro al que nuestros gobernantes pretenden arrojarnos, para dar paso a un nuevo tiempo en el que la justicia y la igualdad empiecen a brillar.
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