Cada vez son más las opiniones que sugieren la necesidad de buscar un modelo económico en el que la austeridad en el gasto público no sea el principal medio para salir de esta crisis que, cada día más, se reconoce sistémica. Sin embargo, la canciller alemana, como cabeza visible de quienes exigen seguir haciendo negocios en cualquier situación, insiste en imponer sus pautas a pesar de lo dañinas que son para la mayoría de la población. No se busca una salida a la crisis, el objetivo es, además de evitar pérdidas en inversiones especulativas anteriores, aprovechar la coyuntura para mejorar los rendimientos: el riesgo se cobra bien y el miedo también paga.
Los cambios que hemos vivido en los últimos cinco años dejan claro que quienes están dirigiendo el proceso se favorecen a ellos mismos, a sus allegados y, por supuesto, a sus amos. El enriquecimiento de la clase dirigente ha repuntado con unas medidas políticas que están condenando a la ruina a buena parte de los ciudadanos. La prima de riesgo y los índices bursátiles se han convertido en la única referencia de la que depende, aparentemente, nuestro presente y nuestro porvenir inmediato, y lo más esperpéntico es que están hablando única y exclusivamente de especulación financiera.
El poder económico impone condiciones para perpetuar sus privilegios financieros, aunque sea evidente que son los mismos que están en el origen del fracaso de este capitalismo que hace de la desregulación su razón de ser. Se ha introducido en las constituciones, por vía de urgencia, la prioridad de devolver la deuda a los especuladores, pero incluir una tasa a las transacciones financieras sólo se plantea como posibilidad y no va más allá de una declaración de intenciones. El desequilibrio es manifiesto y pone al descubierto que además de los términos que parecían haber desaparecido del lenguaje político y que ahora son de uso más común, capitalismo, oligarquía, explotación,… también resucita el que llama lucha de clases a lo que está ocurriendo.
Las mentiras sobre los beneficios sociales de la competencia empresarial y la torticera interpretación de las ventajas que se derivan de las privatizaciones van quedando al descubierto a medida que la ciudadanía es más consciente de estar sometida a todo tipo de abusos. La educación y la sanidad privadas, los suministros de combustibles, de electricidad o telecomunicaciones, siguen generando beneficios que no sólo no decrecen con la crisis sino que en muchos casos han aumentado. Cualquiera comprende que lo que está ocurriendo no es sólo consecuencia de estar en un mercado libre, también lo es de las decisiones políticas tomadas desde convicciones neoliberales aplicadas con el descaro y la prepotencia propias de una clase dominante.
El goteo de informaciones que desvelan el aumento de las desigualdades con la crisis demuestra que hay mucho que cambiar y que habrá que luchar por ello. El poder económico está cada vez en menos manos y se ha popularizado una visualización de la desproporción con el uno y el noventa y nueve como porcentajes de ricos y pobres. Mientras se conocen retiros multimillonarios para los cómplices de la estafa, planea la duda sobre una miserable revalorización de unas pensiones con las que sobreviven además de sus titulares, quienes se apoyan en ese ingreso para subsistir: hijos en paro y nietos que deben enfrentar una enseñanza más cara…
La injusticia es manifiesta en lo económico y cada vez mayor la indignación ciudadana que denuncia también la arbitrariedad en la aplicación de las leyes. Es humillante la represión de las protestas que exigen un cambio de rumbo y, aún más, la ayuda que se presta a los encargados de crear dinero con redes envenenadas de deuda para echar a la calle a quienes cayeron en su trampa. El uso de la policía como perros guardianes de los intereses de la clase dirigente vuelve a estar a la orden del día. La dirección de las fuerzas policiales, hable el idioma que hable, no sabe lo que significa justicia cuando hace una interpretación asimétrica de la violencia, de la obligación de identificarse o del derecho a la intimidad.
Vivimos inmersos en una farsa trágica en la que el engaño, el miedo y el despotismo son los principales protagonistas, le llaman democracia pero no lo es.
El Arcarde Residente
Chema Guevara
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