La sesión parlamentaria del pasado 11 de julio ha desatado la ira de buena parte de la población por el comportamiento de los diputados del Partido Popular. Aplaudir con fervor el anuncio de duras medidas para recortar el gasto público, podría entenderse como una reacción propia de quienes, de forma interesada, promueven la privatización de servicios necesarios para llevar una vida digna a los que ellos acceden gracias a su alto poder adquisitivo. En cualquier caso, la bajeza moral de una actitud semejante parece injustificable, a no ser que esté sustentada en ese placer enfermizo que a algunos les provoca el mal ajeno.
No sería pues exagerado hablar de sadismo en tales muestras de enardecimiento ante el desglose de los castigos económicos que se van a infringir a la mayoría de la población. Sin embargo, en ese deseo de que se jodan todos los que no son de los míos, también se esconde el carácter bronco y rastrero fraguado en ocho años de oposición, ese estilo zafio y tóxico que adoptaron como la mejor manera de llegar al gobierno. Ahora, ya tienen el poder parlamentario y gobiernan desde un pedestal de mayoría absoluta que hunde sus cimientos en la mejor tradición caciquil y ultraconservadora, aquella que repto bajo las aguas de la transición sin inmutarse.
Afortunadamente, la respuesta de muchos ciudadanos, con sus protestas y manifestaciones, no se ha hecho esperar. Los que ya estaban indignados han pasado a la irritación, incluidos, probablemente, aquellos a los que las manos de los diputados les han aplaudido en la cara haciéndoles salir de una ensoñación que les llevó a votar a los que creían defensores de sus intereses de gente de a pie.
A quienes se han dado cuenta de que el origen del problema no era Zapatero, bienvenidos a la realidad, aunque lo cierto es que hay poco que agradecerles, y a quienes siguen creyendo en lo de la herencia recibida del anterior gobierno, que piensen si aquel canto de cacatúa de «España va bien» no era principio y señuelo para conducirnos a la trampa.
Con todo, centrar la atención de nuestras desgracias en las marionetas pijo-fascistoides que nos gobiernan al dictado de los intereses financieros de, principalmente, Alemania, o en el chivo expiatorio de los políticos en general, puede distraer la atención de cuál es la raíz de lo que está pasando. Mientras el control de la economía productiva está rígidamente controlado mediante impuestos de todo tipo, la economía financiera, que supone más de las tres cuartas partes de la economía mundial, sigue bajo una regulación fiscal escasa o nula.
Los mismos que decretan una amnistía fiscal para el dinero negro o rechazan tasas a la especulación, nos suben el IVA, quitan dinero a trabajadores y parados, precarizan servicios públicos esenciales,…. Y dicen que es por nuestro bien, que es para calmar a los mercados. A otro perro con ese hueso. Los estafadores, extorsionadores y usureros siguen sacando pingües beneficios de la situación, por ejemplo, en ese mercado negro al que llaman secundario, sin que sepamos quién está detrás de las maniobras especulativas, a dónde van las ganancias y cuánto tributan.
Contándonos que el BCE debe intervenir, es decir, que debe bajar a la esquina en la que se trapichea con los bonos de los países en riesgo, intentan engañarnos, quieren hacernos creer que ahí está la solución. No, nada de eso, los partidarios del neoliberalismo, extendiendo la patraña de que la libertad de los mercados es el mejor regulador de la economía, crearon un monstruo insaciable que nadie quiere controlar, una bestia que gobiernos e instituciones financieras pastorean y nosotros alimentamos.
El Arcarde Residente
Chema Guevara
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